sábado, 22 de mayo de 2010


En Xanadú, Kubla Khan mandó que levantaran su cúpula señera: allí donde discurre Alfa, el río sagrado, por cavernas que nunca ha sondeado el hombre, hacia una mar que el sol no alcanza nunca. Dos veces cinco millas de tierra muy feraz ciñeron de altas torres y murallas: y había allí jardines con brillo de arroyuelos, donde, abundoso, el árbol de incienso florecía, y bosques viejos como las colinas cercando los rincones de verde soleado. ¡Oh sima de misterio, que se abría bajo la verde loma, cruzando entre los cedros! Era un lugar salvaje, tan sacro y hechizado como el que frecuentara, bajo menguante luna, una mujer, gimiendo de amor por un espíritu. Y del abismo hirviente y con fragores sin fin, cual si la tierra jadeara, hízose que brotara un agua caudalosa, entre cuyo manar veloz e intermitente se enlazaban fragmentos enormes, a manera de granizo o de mieses que el trillador separa: y en medio de las rocas danzantes, para siempre, lanzóse el sacro río. Cinco millas de sierpe, como en un laberinto, siguió el sagrado río por valles y collados, hacia aquellas cavernas que no ha medido el hombre, y hundióse con fragor en una mar sin vida: y en medio del estruendo, oyó Kubla, lejanas, las voces de otros tiempos, augurio de la guerra. La sombra de la cúpula deliciosa flotaba encima de las ondas, y allí se oía aquel rumor mezclado del agua y las cavernas. ¡Oh, singular, maravillosa fábrica: sobre heladas cavernas la cúpula de sol! Un día, en mis ensueños, una joven con un salterio aparecía llegaba de Abisinia esa doncella y pulsaba el salterio; cantando las montañas de Aboré. Si revivir lograra en mis entrañas su música y su canto, tal fuera mi delicia, que con la melodía potente y sostenida alzaría en el aire aquella cúpula, la cúpula de sol y las cuevas de hielo. Y cuantos me escucharan las verían y todos clamarían: «¡Deteneos! ¡Ved sus ojos de llama y su cabello loco! Tres círculos trazados en torno suyo y los ojos cerrad con miedo sacro, pues se nutrió con néctar de las flores y la leche probó del Paraíso».


viaje de opio de
Samuel Taylor Coleridge

martes, 15 de diciembre de 2009

Jugar con armas

Te gusta verme mal ,yo se que te gusta ,
te gusta verme gritar , yo se que te gusta
Me causan dolor , tu alama despierta
prefiero evitarlas a jugar con armas

Me causa terror tus manos abiertas
prefiero evitarlas a jugar con armas
No me despidas mas , siento que todo estalla
dentro del huracan brinda tu gran Batalla

Se pueden borrar tus manos tenidas
se pueden caer tus ojos un dia
podria pensar en darte una mano
podria arreglar el hueso quebrado

Si solo estas pudriendote en tu cuerpo
que vacio esta ya de cuernos invisibles
si solo estas pudrindote en tu mente
que vacia esta ya de cuernos invisibles

sábado, 12 de diciembre de 2009

La bùsqueda de la estrella

Las escaleras bajo,

sin mirar,

mi mente entonces quiere quedarse,

en las desgracias...

¿Qué hicíste entonces, cuando todo estaba?

esta ciudad solo muestra el sol,

en las ventanas...

La memoria,

me resulta complicada...

no me acuerdo,

ni de las cosas que leí...

por favor, tu mano alada...

toda la música que cuelga...

suena por tí...

Después de todo tú eres,

tu única muralla...

si no te saltas,

nunca darás un sólo paso...

Después de todo tú eres,

tu única muralla...

si no te saltas,

nunca darás un sólo paso...

La memoria me resulta complicada...

no me acuerdo ni de las cosas que leí...

por favor tu mano alada...

toda la música que cuelga suena por tí...

¿te parece?

viernes, 11 de diciembre de 2009

El hombre del antifàz azul

«Lo que no es, no es.»

HERÁCLITO.



La caída.




A. empezaba a cansarse de estar cansada sin nada que hacer.
No hace nada pero lo hace mal, recordó.
Un hombrecillo de antifaz azul paso corriendo junto a ella.
A. no considero extraordinario que el hombrecillo exclamara:
-los años pasan; voy a llegar tarde.
Sin embargo, cuando el enmascarado saco de un bolsillo una pistola, y después de consultarla como a un reloj acelero el paso,
A. se incorporo, y ardiendo de curiosidad, corrió detrás del ocultado, llegando con el tiempo justo de verlo desaparecer por una madriguera disimulada. Inmediatamente, entro detrás el.

La madriguera parecía recta como un túnel, pero de pronto,
y esto era del todo inesperado, torcía hacia abajo tan bruscamente que A. se encontró cayendo -como aspirada por la boca del espacio- por lo que parecía ser un poso.

O el poso era muy hondo o ella caía con la lentitud de un pájaro, pues tuvo tiempo, durante la caída, de mirar atentamente a su alrededor y preguntarse que iba a suceder a continuación
(¿a caso el encuentro del suelo con su cabeza?). Primero trato de mirar hacia abajo, para informarse del sitio donde iba a caer, pero la oscuridad era demasiado intensa; después miro a los lados y observo que las paredes del poso estaban cubiertas de armarios llenas de objetos. Vio, entre otras cosas, mapas, bastones, de caramelos, manos de plata asidas a un piano, monóculos, bracitos de muñecos, guantes de damas antiguas, un astrolabio, un chupete, un cañón, un caballo pequeñísimo espoleado de un San Jorge de juguete embistiendo a un dragón de plexiglás, un escarabajo de oro, un caballo de calesita, un dibujo de la palma de la mano de Lord Chandos, una salamandra, un niña llorando a su propio retrato, una lámpara para no alumbrar, una jaula disfrazada de pájaro... En fin, tomo de uno de los estantes una caja negra de vidrio pero comprobó, no sin decepción, que estaba vacía. No queriendo tirar la caja por miedo de matar a alguien que estuviera más abajo, la tiro igual.

-Después de una caída así, rodar por una escalera no tendría ninguna importancia -pensó.

Evoco escaleras, las más desgastadas, a fin de convocar muertos y otros motivos de miedos nocturnos. Pero se sentía valiente y no podía no recordar este verso; La caída sin fin de muerte en muerte.
¿Es que no terminaría nunca la caída? Seguía callendo, callendo. No le era dado hacer otra cosa. Recordó:

...Caen
los hombres resignados
ciegamente, de hora en hora, como agua de una peña arrojada
a otra peña, a través de los años,
en lo incierto, hacia abajo.

A. Comenzaba a sentir sueño; mientras seguía cayendo se escucho preguntar:

-¿Y qué pasa si un no se muere? ¿Y que muere si un no se pasa?

Como no podía contestarse a ninguna de las preguntas, tanto daba formular una que otra. Sus ojos se cerraron y soñó que conducía un camión de transporte de antifaces.
De repente, se estrello contra un colchón. La caída había terminado.